sábado

... en la estación del metro balderas, ahí dejé embarrado mi corazón

     Historia verídica del metro. Tomo Dos.
     
 
 Bien acá con mi sombrerito de pachuco y la cabeza rapada, traigo un collar de perlas , visto de negro. ¡Zaz chin, paz plum!: la veo así, delgada, alta, blanca, ojos fieros, taciturna. Metro balderas , 7 ó 9 de la noche, nomeacuerdo, pero eso sí: cabello largo y negro. Me mira, pero yo me vuelvo silencio.
 
Paso de corridito con la prisa nerviosa de querer quedarme con ella. Me adelanto de vagón, me sigue, veo que me sigue, me hago corazón y tripas y vísceras agitadas y niebla y todo, sin embargo, nada.
 
Ya está junto a mí, qué pasos tan bonitos la hacen quedarse un poco más. Ella a un lado de la puerta, yo del otro, nos vemos poquito, y la horda de mujeres de rostros lánguidos sale en estampida desorbitada. Ella y yo entramos.
  
 
Tanta gente nos está sobrando.
   
 
Llega Pinosaurio y la observo poquito, que no se baje que no se baje. No se baja. Los jeans viejos, los converse colegiales, la camisa de cuadritos, el cabello tomado de una tela invisible y la nuca resplandeciente de ella misma. Sí y sí: estoy imaginando el olor de tu cabello.
  
Así te invento los poemitas más bonitos que recorren de balderas a donde sea que te bajes. Entonces caminas con todo este estorbo humano hasta la puerta: bajarás en San Lázaro. Ni modo.
 
Pero las puertas no se abren. No mames no mames no mames: se detuvo el metro. Bájate con ella, wey, no seas mensa, ve y pregunta su nombre su casa su color favorito si le gusta andar descalza por el pasto o si quiere ir contigo a la playa.
   
A este punto del ruido, el metro es un hervidero de almas. Me ladeo y camino apretada para inmovilizarme detrás de ella, escondo la mirada, me hago mensa, no quiero asustarla. Se bajan todas las doñas, señoras, putas, amas de casa o todo junto. Me bajo, ella camina (no se dio cuenta que me he bajado) la veo caminar, ahora estoy detrás de ella y de pronto uno dos tres cuatro a la de siete le hablo cinco seis si-e-te:
   
   
-Hola: No te quiero vender nada , ni asustar ni acosar, sólo quiero que sepas que… qué bella eres.
   
Ella sonríe y abre más los ojos (ojos como dos pedazos de noche), se sonroja, me mira extrañada y maravillada. Yo me hago chiquita y quiero esconderme detrás de mí misma.
   
    
-Gracias… Tú eres hermosa.
    
   
-(…)
   
    
Aquí es cuando todo se me revuelve, estaba preparada para un golpe, para que me ignorara o me creyera loca o muerta o trata de trata, pero esto… esto… no.
   

-Este… bueno… eso era too-do. Este… tengo que irme… para allá…sí. Cuídate.
    

   
Ella me mira con cara de “pues pásame tu fon” pero yo ya no miro porque estoy tan estúpidamente nerviosa que quiero echarme a correr y reír al final del camino y llorar porque soy bien estúpida y no pude… espera, ¿por qué no le pedí su nombre o su número?
    
Le subo el volumen a mis pasos, arranco con una velocidad que hace que mi vestido negro tome forma de manta raya. Arribo el vagón. Otra vez pienso, cómo tantas veces en mi vida: qué pinche pendeja de mierda soy. Me pongo los audífonos y sigo escuchando tango…

    
Te voy a extrañar toda la vida en el metro balderas, mujer.

     
    

5 comentarios:

Raul dijo...

Escribes mi blog favorito. Pero eso es un secreto. Shh.

Pan dijo...

Qué emoción.
Deseo con todas mis fuerzas que la chica aparezca debajo de tu sombrero, algún día, Aris.

Yisus dijo...

Quién fuera esa mujer.

Anónimo dijo...

me ha pasado tambien :(

Unknown dijo...

no me gustan tanto los chilaquiles la verdad. pero bueno si son gratis si los tomo.
tienes tanta creatividad.
te amé sin conocerte :)